Pasaban en silencio nuestros dioses

Pasaban en silencio nuestros dioses
(Antología poética)
Eliseo Diego
UNAM



Ahora que ya soy un "hombre de mediana edad" me gusta mucho meditar y leer poesía. En estas dos semanas he leído con profusión al célebre poeta cubano, Eliseo Diego, y no me queda más que reconocer la importancia de su voz dentro del panorama de las letras latinoamericanas contemporáneas.

Leer poesía se ha tornado en uno de los máximos placeres. No hay como sentirse enamorado de la vida a través de las palabras. Y no hay como amar a quienes más queremos por medio de la poesía.


Me gusta regalar a las personas que amo poesía. Me gusta regalarles a mis alumnos poesía. Y me gusta regalarme un poco de poesía. En medio de tanto caos y estrés, no hay como ser partícipe de la creación poética.

Decía uno de mis maestros del posgrado que la la poesía "es hallar la belleza en los lugares más insospechados; y ver al mundo con ojos nuevos".

No está de sobra decir que esta colección creada por el Departamento de Difusión Cultural UNAM, Voz viva, es una verdadera joya, porque además de las impecables ediciones, y los excelentes estudios preliminares con los que cuenta, uno tiene la posibilidad de oír en "voz viva" al autor recitar sus poemas: que por cierto, no todos hacen bien. Porque como dicen, una cosa es escribir poesía y una mucho más compleja leerla o recitarla en voz alta.

Aquí les dejo dos poemas de Eliseo Diego:



BAJO LOS ASTROS

Es así que la casa deshabitada, por la tarde, suena de pronto como
el cordaje de un barco. 

Vibran a solas los cristales vacíos, la penumbra quisiera
conmovernos, 

y el animal pequeño, el de lustrosa piel de los rincones, trémulo
huye, como siempre, a los altos distantes. 

Es aquí donde decíamos: qué tiempo maldito hace debajo
de los álamos, suerte que vino usted a tiempo, buenas tardes, 
oh padre, qué mala noche, qué buen día siempre. 

Aquí, en el umbral que los nortes menudos de las puertas asuelan
de gris y leve polvo, 
alguno de nosotros, los de casa, debe vestir los pesarosos, 
los oscuros

ropajes del sacrificio para decir: aquí esperaba, y aquí cosía mamá
sus misteriosas telas blancas

y aquí entró aquel día el tímido largarto, y aquí la mosca extraña
que zumbaba, y aquí la sombra y los cubiertos, y aquí el 
fuego, y aquí el agua.

Porque llega una hora en que todas las casas se despueblan de sus
ruidos mortales

y la vidrieras son frías como esos invernaderos desolados, lisos
ojos de muerto, que nadie supo nunca dónde quedan, 
es preciso que alguien, alguno de nosotros, venga y diga: 
los cubiertos de casa, qué se hicieron, alguien sin duda los ha 
robado. 

Grave silencio, sobre mi hombro descansas como el peso
conmovedor de una muchacha sollozante. 

Es así que ahora todo nos falta. Si alguien nos ofreciera un poco
de café nos salvábamos

porque la casa deshabitada es adusta como la justicia del fin

y el viento que pasea por los altos no es sino el viento, 
las estancias no son más que las estancias de la casa vacía

y es como si no hubiese venido nadie, como si nadie mirase los
recintos del hombre, bajo los astros. 



VERSIONES



La muerte es esa pequeña jarra, con flores pintadas a mano, que
hay en todas las casas y que uno jamás se detiene a ver. 

La muerte es ese pequeño animal que ha cruzado en el patio, y del 
que nos consuela la ilusión, sentida como un soplo, de que es sólo el
gato de la casa, el gato de costumbre, el gato que ha cruzado y al que ya
no volveremos a ver. 

La muerte es ese amigo que aparece en las fotografías de la familia, 
discretamente a un lado, y al que nadie acertó nunca a reconocer. 

La muerte, en fin, es esa mancha en el muro que una tarde hemos
mirado, sin saberlo, con un poco de terror. 




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