La máquina del tiempo


No hay como leer de vez en cuando una obra clásica, que además de entretenida te hace pensar.


La máquina del tiempo
Herbert George Wells
1895
TOMO


Para muchos historiadores literarios el verdadero padre del popular género que hoy conocemos como Ciencia Ficción no fue el genial escritor francés Julio Verne, cuyas “fábulas futuristas” ayudaron a conformar el mundo como hoy lo entendemos; pues a pesar de su erudición en cuestiones científicas, sobre todo en el campo tecnológico y geográfico, Verne pocas veces indago en la posibilidad de una humanidad más allá de los limites de lo previsible. Y aunque este argumento languidece de todo sustento, — pues son muchas sus novelas que hablan de una humanidad futura— ; la historiografía literaria le ha dado otorgado ese título al no menos genial escritor inglés Herbet George Well, H.G Wells para los cuates.


La semana pasada tuve la oportunidad de leer por primera vez La máquina del tiempo, escrita originalmente en 1895, es decir hace tan sólo 110 años. La verdad es que su lectura me resultó fascinante por dos razones fundamentales. Una es la manera en que el autor concibe al tiempo, como una cuarta dimensión en la que es posible desplazarse, como lo hacemos normalmente en cualquiera de las otras tres dimensiones. Las explicaciones que hace el protagonista de esta historia, a quien sólo conocemos como El viajero en el tiempo, son tan brillantes como actuales. La novela inicia en el momento en que este personaje trata de mostrar y demostrar que es posible viajar a voluntad por esa cuarta dimensión que es el tiempo. Por supuesto, todos sus amigos contemporáneos, hombres todos ilustrados, pero fieles a los paradigmas de su tiempo (la Inglaterra de finales del siglo XIX), no le creen.


Y otra de las cosas que me gustó mucho de la novela es que Wells no se interesa por viajar a su futuro más cercano, que podríamos ser nosotros los hombres del siglo XXI, sino que decide que su viajero llegué al hipotético año 802, 701. Lo que ahí encuentra, contrasta profundamente con lo que cualquiera de nosotros podría pensar: lejos de hallar ciudades imponentes, grandes avances tecnológicos y civilizaciones que rebasen los limites de lo imaginable. Descubre una tribu de pequeños humanoides a los que nombra como los Eloi. Éstos más que parecer una civilización del futuro; parecen más bien una del pasado más remoto de nuestra especie. Se comunican por señas, usan poca ropa, su coeficiente intelectual es mucho menor que el del viajero y desconocen el fuego. El viajero pronto se halla en medio de esta comunidad y siente que ha llegado a una especie de Edad de Oro, y hace todo lo posible por aprender el gutural idioma de los nativos. Su forma de organización social es de los más elemental, pero les funciona y les permite sobrevivir, en un planeta que luce paradisíaco y nuevo. Pero esta apacible especie no es la única.


También están los temibles y repulsivos Morlocks, que son una especie de humano con piel semiblancuzca y forma de arañas, que al parecer eran un poco más inteligentes que los Eloi, característica esta última que les permite tener dominio sobre ellos. Además de que los temibles Morlocks se alimentan de los más jóvenes de los Eloi, viven en el subsuelo.


Todo lo que tiene que ver con el desarrollo del relato y el final son sensacionales. Uno no puede más que maravillarse y comprobar que H. G. Wells además de ser profundamente entretenido, estaba altamente preocupado por elaborar una reflexión — con amplios toques teológicos y antropológicos— de hacia dónde iba el Ser Humano como especie. Una cosa es cierta, nuestras sociedades actuales son bastante retrógradas en más de un sentido, y es quizá esto lo que este genial escritor ya advertía desde poco más de cien años atrás.

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