¡Prohibamos leer!

Durante muchos años se han adoptado diversas estrategias en busca de que la gente se acerque a los libros y a lectura en consecuencia. La mayoría de ellas enfatiza las enormes ventajas que la práctica lectora habitual reporta en las personas.

Beneficios que van desde la adquisición de un basto vocabulario y buena ortografía; mayor claridad y elocuencia al hablar; mayor comprensión del mundo que nos rodea; acceso ilimitado a la principal fuente de conocimiento; y, en general, una visión del mundo más libre, democrática e incluyente. 

Sin embargo, la gran mayoría fracasa, porque insiste en el mismo discurso arcaico y decimonónico que ha comprobado una y otra vez su ineficiencia. Los publicistas, periodistas y demás promotores de la lectura caen siempre en las mismas trampas del lenguaje y redundan en lugares comunes: que si la lectura nos hace mejores seres humanos; que si leer da estatus; que si leer en nuestros días de cultura digital es políticamente correcto. 

Creo, como el gran escritor catalán, Juan Goytisolo, y muchos otros expertos, que la lectura se debería prohibir en el mundo entero, como en el caso de la no menos célebre novela de Ray Bradbury, Farenheit 451. Al no poder tener libros, ni leer en consecuencia, los libros se convertirían en un objeto deseado y codiciado por una masa crítica ávida de ver el mundo "con otros ojos". Y leer sería un privilegio. 

Estimado lector, piénsalo un poco. Piensa en las cosas que son y han sido prohibidas a lo largo de la historia y lo populares que se han convertido entre nosotros: las drogas y el porno, dos buenos ejemplos de lo que ocurre cuando tienen tatuadas la palabra prohibido en alguna parte. 

Así que propongo, como amante de la lectura que soy, que los libros y la lectura se prohiban. Les aseguro que si fuera así, más de uno quisiera ver, tocar, hojear, leer e incluso memorizar sus libros favoritos. ¿Apostamos? 

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