Himnos de la noche.
Himnos a la noche.
Novalis.
Ediciones Coyoacán.
Novalis.
Ediciones Coyoacán.
AÑORANZA DE LA MUERTE.
Descender al seno de la tierra...
Descender al seno de la tierra,
lejos del reino de la luz,
el golpe salvaje y el furor doloroso
son señal de un viaje feliz.
Pronto llegamos en la barca estrecha
a la ribera del cielo.
Alabada sea la noche eterna,
alabado el eterno sueño.
El día nos dio calor
y la pena larga nos marchitó.
No deseamos ya las tierras extranjeras
queremos ir a la casa del padre.
Qué debemos hacer en este mundo
con nuestra lealtad y nuestro amor.
Lo viejo se posterga,
qué será pues lo nuevo,
¡oh!, solo y conturbado está
quien ardiente y devoto ama el tiempo pasado.
El tiempo pasado es que los pensamientos
ardían claros en llamas elevadas.
Los hombres aún reconocían
el rostro y la mano del padre.
Con alto sentimiento, ingenuamente
alguno todavía se asemejó a su imagen primera.
El tiempo pasado en que aún brillaban
estirpes prístinas y floridas
y los niños pedían para el reino de los
cielos
tortura y muerte.
Y cuando aún hablaba el deseo y la
vida
algún corazón estalló de en amor.
El pasado tiempo en que Dios mismo
se daba a conocer en juventud llameante
y a la muerte temprana con ansía
amorosa
consagró su dulce vida.
Y miedo y dolor no evitó
para sernos más querido.
Con recelo y añoranza lo vemos
oculto en la noche oscura,
en esta temporalidad
no se calma la sed.
Debemos ir al hogar
y ver ese santo tiempo.
Detienen nuestro retorno
los más amados, que aún reposan.
Su tumba cierra nuestro camino de la
vida,
ahora tenemos dolor y miedo.
Nada hay más que buscar—
el corazón está saturado— el mundo,
vacío.
Infinita y secreta nos baña
una dulce tormenta,
oigo retumbar en las hondas distancias
un eco de nuestra tristeza.
Los bienamados también añoran
y nos envían el aliento de la nostalgia.
Descender hasta la dulce novia,
a Jesús, al amado—
confiado, el crepúsculo ilumina
al amante afligido.
Un sueño rompe nuestras ataduras
y nos hunde en el regazo del padre.
Descender al seno de la tierra,
lejos del reino de la luz,
el golpe salvaje y el furor doloroso
son señal de un viaje feliz.
Pronto llegamos en la barca estrecha
a la ribera del cielo.
Alabada sea la noche eterna,
alabado el eterno sueño.
El día nos dio calor
y la pena larga nos marchitó.
No deseamos ya las tierras extranjeras
queremos ir a la casa del padre.
Qué debemos hacer en este mundo
con nuestra lealtad y nuestro amor.
Lo viejo se posterga,
qué será pues lo nuevo,
¡oh!, solo y conturbado está
quien ardiente y devoto ama el tiempo pasado.
El tiempo pasado es que los pensamientos
ardían claros en llamas elevadas.
Los hombres aún reconocían
el rostro y la mano del padre.
Con alto sentimiento, ingenuamente
alguno todavía se asemejó a su imagen primera.
El tiempo pasado en que aún brillaban
estirpes prístinas y floridas
y los niños pedían para el reino de los
cielos
tortura y muerte.
Y cuando aún hablaba el deseo y la
vida
algún corazón estalló de en amor.
El pasado tiempo en que Dios mismo
se daba a conocer en juventud llameante
y a la muerte temprana con ansía
amorosa
consagró su dulce vida.
Y miedo y dolor no evitó
para sernos más querido.
Con recelo y añoranza lo vemos
oculto en la noche oscura,
en esta temporalidad
no se calma la sed.
Debemos ir al hogar
y ver ese santo tiempo.
Detienen nuestro retorno
los más amados, que aún reposan.
Su tumba cierra nuestro camino de la
vida,
ahora tenemos dolor y miedo.
Nada hay más que buscar—
el corazón está saturado— el mundo,
vacío.
Infinita y secreta nos baña
una dulce tormenta,
oigo retumbar en las hondas distancias
un eco de nuestra tristeza.
Los bienamados también añoran
y nos envían el aliento de la nostalgia.
Descender hasta la dulce novia,
a Jesús, al amado—
confiado, el crepúsculo ilumina
al amante afligido.
Un sueño rompe nuestras ataduras
y nos hunde en el regazo del padre.
Bello libro de poemas en prosa y en verso, en donde el poeta manifiesta su interés no sólo por la noche, sino por todo el misticismo que ésta envuelve. La noche es ese espacio en donde todos nuestros deseos pueden o no tornarse en realidad. Es en la noche cuando nuestros miedos más profundos y arraigados pueden cobrar vida, materializándose. Pero es también de noche cuando podemos descansar, soñar y renovar nuestras esperanzas en los días que están por venir.
Como un fractal proveniente del corazón más sincero del joven poeta alemán, Friedrich, barón von Hardenberg (1772-1801), mejor conocido con su seudónimo de Novalis, que quiere decir en latin “tierra virgen cultivable”, los Himnos de la noche es su única obra concluida y publicada. En ella da visos de su extraordinario poder evocativo, su interés por la metafísica y su análisis de la existencia humana.
Los Himnos de la noche son una obra maestra de la poesía romántica alemana, y uno de los más bellos testimonios que poeta alguno haya dejado de su aventura por el mundo y la existencia en sí, metamorfoseada en mito.
Estos himnos son verdaderamente esa poesía del alma profunda que anhelada Novalis: toda la realidad es doble o triple modo de ver, en la cual los hechos reales prolongan su eco hasta convertirse en símbolos de una serie de etapas místicas.
En el acto mismo de la creación poética, a medida que se entrega a un lirismo para él revelador, logra un progreso formal. Marcha doble y paralela, que va del acontecimiento vivido al acontecimiento figurado, al mismo tiempo que lleva al poeta de la esperanza entrevista a la certidumbre conquistada por medio del poder seductor y místico de sus palabras.
¿DEBE RETORNAR SIEMPRE LA MAÑANA....?
¿Debe retornar siempre la mañana? ¿No tiene fin la fuerza terrestre? Desventurada agitación consume la llegada celeste de la noche. ¿No arderá eternamente la víctima secreta del amor? Medido fue el tiempo a la luz, pero el dominio de la noche no tiene espacio ni tiempo. —Eterna es la duración del reposo, santo reposo— siempre agrada al consagrado de la noche en este día de trabajo terreno. Solamente los torpes te desconocen y no saben de ningún sueño como el de las sombras, el que en aquel crepúsculo de la noche verdadera compasivamente nos envías. No te sienten en el raudal dorado de las uvas —ni en el aceite milagroso del almendro, ni en el jugo marrón de la amapola. No saben que eres quien mueve el pecho suave de la doncella y vuelve al cielo el regazo— entras libremente abriendo el cielo de antiguas historias y traes la llave a las habitaciones de los bienaventurados, mensajero callado de infinitos misterios.
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