Dan Brown: ¡pa' mis pulgas!!!

Ángeles y demonios.
Dan Brown.
Umbriel.
2001.

El autor de moda también ha sido leído en mi casa, con singular “curiosidad”. Mi amigo Paquito, es mi principal proveedor de este autor de best-sellers que está en boca de todo mundo, y ahora más por el reciente estreno de la tan esperada adaptación cinematográfica de El código Da Vinci —que por cierto ya vi también, y me pareció muy entretenida—. Para mí Brown es un autor entretenido, que me parece no tiene mayor pretensión que ésta. Y a mí, si por algo me gusta leer best-sellers de vez en cuando es precisamente por esa cualidad: que son sumamente entretenidos, qué lástima que muchas de las propuestas estéticas literarias “serias” o “cultas”, muchas veces carecen por completo de esta característica; y es que en su afán de ser innovadoras, inteligentes y tan distintas de todo lo demás, que terminan por ser un tanto crípticas y densas.

Con todo, hay que estar siempre abierto a leer todo tipo de obras literarias. Nunca me he considerado demasiado riguroso en cuanto a lo que leo. De hecho, creo más bien que soy un lector demasiado disperso, cuyo principal requisito es que el libro en cuestión “tenga letra guapa” (es decir que me guste su tipografía, así como el tamaño de ésta); que la portada no esté muy maltratada y que por supuesto el tema me interese al menos un poco. Muchas personas se convierten en muy poco tiempo en excesivamente rigurosos en cuanto a lo que leen, respeto y admiro profundamente a todos aquellos que respetan, proponen o crean un canon respecto a lo que se debe leer y a lo que no. A mí eso simplemente no me funciona muy bien. Como maestro universitario de literatura, he tenido más de una noche tortuosa pensando en qué dejarles leer a mis alumnos, pero no tanto basándome en mis gustos, sino pensando en función de qué es lo que mejor podría funcionales a ellos, que en su mayoría están poco habituados a la lectura. Algunas veces he cometido errores graves de cálculo, y algunas tantas he atinado. Pero nada de esto nos sirve para delimitar qué tanto sabe una persona de literatura. Hoy en la mañana, uno de mis alumnos más queridos me preguntó con desenfado: ¿cuántos libros has leído? No supe qué contestarle, pues sin ánimo de ser pretensioso se podría leer que he leído algunos más en comparación de la mayoría; pero bastantes menos en comparación de Alfonso Reyes o Sor Juana por ejemplo. Pero me estoy desviando del tema, y estoy cometiendo el viejo error de tomar un texto cualquiera, meramente como un pretexto para emprender una diatriba que va en otro sentido.

Volviendo a Brown.

No quiero, ni es mi pretensión, llegar a ponerme muy impertinente con respecto a este “autor de culto” para millones de personas. Pero puedo opinar que esta novela es divertida y plantea una intriga en el Vaticano, en donde una supuesta secta diabólica milenaria, pretende vengarse finalmente de una de las iglesias más antiguas del mundo, y con millones de adeptos en el mundo, revelando algunos de “los secretos” que ha guardado con celosía por centurias. La verdad que el que no se ría ante este fabuloso argumento ha de ser una cándida señorita de seis años.

La historia además de predecible (y risible), es un poco más lenta que la del Código Da Vinci, aunque aquí aparece por vez primera el protagonista de aquella aventura: el galante profesor Robert Langdon, experto en simbología religiosa.

A mí la novela me entretuvo por ratos, y me desencanto y desilusionó por otros tantos: especialmente al final, en la que sacan más recursos del tipo James Bond, para que el protagonista no sólo descubra quién es el malo de la historia, sino también logré salvarse de una muerte segura al menos unas tres veces consecutivas. Son de esas escenas que mi amigo Genaro y yo, hemos bautizado, como las escenas que por inverosímiles, el público promedio no puede más que exclamar la frasecilla: ¡¡¡¿hay, uste’ cree??!!!

Lamento, si con esto rompo algún corazón enamorado de Dan Brown o hiero la susceptibilidad de alguna persona que no sabe diferenciar entre una novela y la realidad; pero al menos para mí esta novela es una más del montón y sólo sirve para dos cosas: pasar una buena tarde con unas botanas al lado y después olvidarla para siempre.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Jesús: una historia de iluminación

Trece latas de atún

Tú puedes ser el mejor...