Hora de junio/Práctica de vuelo.
Hora de junio/Práctica de vuelo.
Carlos Pellicer.
F.C.E.
1996.
Poeta alabastrino, cantor del destino, muéstrame tu sendero y tu camino. Canta conmigo. Para muchos, léase Carlos Bautista, este poeta tabasqueño ha pasado ya a la posteridad de las letras mexicanas como un poeta cursi y fuera de moda. A mí la verdad no me deslumbró, pero tampoco me dejó indiferente. Me parece que su poesía —si bien es cierto que comienza a resentir el paso del tiempo— aún posee una musicalidad y una técnica digna de ser leída por las nuevas generaciones de poetas; siendo sobre todo sus sonetos donde demuestra su impecable técnica métrica y sonora.
Carlos Pellicer es uno de los pocos casos en los que podemos decir, que es un poeta conocido y recordado por el ámbito popular, incluso por quienes nunca lo han leído. ¿Por qué? Bueno, porque gracias a la burocracia cultural de este país hay muchas escuelas, calles e incluso premios literarios que llevan su nombre. Además de que sigue llamando la atención en los círculos de la alta cultura.
Pero me parece más interesante hablar de estos dos poemarios que de su renombre en la cultura actual. El primero HORA DE JUNIO es un bello canto a la exuberancia de la naturaleza —una de las constantes de su obra—, así como un simultáneo acercamiento y distanciamiento del acto de escribir, y sobre todo de escribir poesía:
POESÍA, verdad, poema mío,
fuerza de amor que halló tus manos lejos,
en un vuelo de junio pulió espejos
y halló en la luz la palidez, el frío.
Obra predilecta del poeta tabasqueño, en la que la abundancia verbal se ve desterrada por la depuración del lenguaje: incluye los sonetos de Hora de junio (1937), "consecuencia de un desastre amoroso, de una herida abierta que no se cierra", y los de Práctica de vuelo (1956), de inspiración religiosa en los que la intensidad de la fe no lleva al silencio, como en los místicos, sino a la elocuencia. Este último está dedicado, por cierto a uno de los grandes de nuestra literatura, y uno de mis escritores favoritos de todos los tiempos, Alfonso Reyes.
Yo rebasé los cántaros del río,
paré la luz en los remansos viejos,
di órdenes a todos los reflejos;
junio perfecto dio su poderío.
Poesía, verdad de todo sueño,
nunca he sido de ti más corto dueño
que en este amor en cuyas nubes muero.
Huye de mí, conviérteme en tu olvido,
en el tiempo imposible, en el primero
de todos los recuerdos del olvido.
Carlos Pellicer.
F.C.E.
1996.
Poeta alabastrino, cantor del destino, muéstrame tu sendero y tu camino. Canta conmigo. Para muchos, léase Carlos Bautista, este poeta tabasqueño ha pasado ya a la posteridad de las letras mexicanas como un poeta cursi y fuera de moda. A mí la verdad no me deslumbró, pero tampoco me dejó indiferente. Me parece que su poesía —si bien es cierto que comienza a resentir el paso del tiempo— aún posee una musicalidad y una técnica digna de ser leída por las nuevas generaciones de poetas; siendo sobre todo sus sonetos donde demuestra su impecable técnica métrica y sonora.
Carlos Pellicer es uno de los pocos casos en los que podemos decir, que es un poeta conocido y recordado por el ámbito popular, incluso por quienes nunca lo han leído. ¿Por qué? Bueno, porque gracias a la burocracia cultural de este país hay muchas escuelas, calles e incluso premios literarios que llevan su nombre. Además de que sigue llamando la atención en los círculos de la alta cultura.
Pero me parece más interesante hablar de estos dos poemarios que de su renombre en la cultura actual. El primero HORA DE JUNIO es un bello canto a la exuberancia de la naturaleza —una de las constantes de su obra—, así como un simultáneo acercamiento y distanciamiento del acto de escribir, y sobre todo de escribir poesía:
POESÍA, verdad, poema mío,
fuerza de amor que halló tus manos lejos,
en un vuelo de junio pulió espejos
y halló en la luz la palidez, el frío.
Obra predilecta del poeta tabasqueño, en la que la abundancia verbal se ve desterrada por la depuración del lenguaje: incluye los sonetos de Hora de junio (1937), "consecuencia de un desastre amoroso, de una herida abierta que no se cierra", y los de Práctica de vuelo (1956), de inspiración religiosa en los que la intensidad de la fe no lleva al silencio, como en los místicos, sino a la elocuencia. Este último está dedicado, por cierto a uno de los grandes de nuestra literatura, y uno de mis escritores favoritos de todos los tiempos, Alfonso Reyes.
Yo rebasé los cántaros del río,
paré la luz en los remansos viejos,
di órdenes a todos los reflejos;
junio perfecto dio su poderío.
Poesía, verdad de todo sueño,
nunca he sido de ti más corto dueño
que en este amor en cuyas nubes muero.
Huye de mí, conviérteme en tu olvido,
en el tiempo imposible, en el primero
de todos los recuerdos del olvido.
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