Itinerario fílmico.

Viernes 29 de Abril de 2005

Itinerario fílmico.
Por: Salvador García Alejandro.

Cuando el niño era niño...

Soy el narrador de la memoria, del sueño y la imaginación. Loco; no estoy loco, sólo soy esa voz que se niega a morir en medio de la más cruenta desolación, miedo y olvido.
En menos de cuatro meses participamos de los primeros y geniales combates que un niño sostenía en el orfanato, teniendo como únicas armas bolas de nieve y su sagacidad para elaborar poderosas estrategias militares. Cuando el niño era niño era tiempo de estas preguntas: ¿por qué yo soy yo; y no soy tú?¿por qué tú estás allá y no acá? Después nos acercamos con el sigilo del voyeur a las extrañas cosas que le sucedieron a la “Valkiria” y sus acaudalados amigos en la calle de la Providencia, donde presenciamos el poder del ángel exterminador. Al poco tiempo supimos que este caso singular tenía que ver con El perro andaluz, y la visión surrealista de Luis Buñuel. Atestiguamos la caída en desgracia del magnate del periodismo norteamericano: Charles Foster Kane, debida principalmente a la pérdida de su entrañable Rosebud. Nos quedamos Sin aliento, al presenciar la decadente y triste historia de amor entre Michel y Patricia, comprobando una vez más que el amor eterno es una mera y llana ilusión. Cuando el niño era niño no le gustaba comer muchas cosas; y así, sigue siendo. Pudimos entrar en el dolor de la imposibilidad creativa al lado del joven y atractivo pintor Gericault, quien establece una tortuosa amistad con ese imponente hombre detrás de la máscara de hierro, el maestro Franconi. Incapaz de capturar la belleza y sensualidad de los caballos en sus lienzos, decide retirarse para pintar rostros de desquiciados mentales, tornándose él mismo en uno de ellos. ¡Qué lejos de la belleza mezquina y ramplona está esta bella historia! Soy la presencia, la cama y la mesa. Soy la voz que canta en el desierto. Vivo en medio de soledades, en este gran desierto. Comprendimos —aunque sea de manera somera— que todos estamos destinados a dormir en tierra, pues poco antes de que llegue el día de la Bestia habrá una última noche de Epifanía; sólo para aquellos que conserven la inocencia infantil en su corazón. Cuando el niño era niño no sabía que era niño, todo le parecía animado y todas las almas eran un todo. Aunque quizá sea ya demasiado tarde; pues tal vez la Bestia lleve mucho tiempo entre nosotros, porque como dice el profesor Hugo Meinsten: “vivimos en una sociedad en donde ya nadie escucha”. Cuando el niño era niño era el tiempo de estas preguntas: ¿cuándo comenzó el tiempo?¿cómo es posible que todas las cosas existieran desde mucho antes de que yo naciera; y seguirán existiendo mucho después de que yo muera? Comprendimos el dolor experimentado por los derrotados en las guerras; y lloramos (por dentro y por fuera) ante la conmovedora historia de amor fraternal entre Seita y Setsuke. Contemplamos el MAL de cerca, con las historias enfermas de la Loc- Nar, y su sempiterna lucha con el BIEN. Misma que se repite en la historia de un tal Medardo de Terralba. Volamos como ángeles enamorados de la vida, por el mítico cielo de Berlín, sólo para descubrir la belleza de existir y tener una muerte como única seguridad en este juego poético que implica la existencia misma. Soy la voz itinerante de la ciudad de México, Tokio, Londres, Belfast y Berlín, nos hallamos casi al final de nuestro recorrido con el cazador de bonificaciones, Rick Decker, cuya última misión antes de retirarse de su cruento oficio es eliminar a 6 de los más sofisticados replicantes jamás vistos; tan parecidos a los seres humanos reales que comenzaron a exigir poder sentir y vivir por mucho más tiempo que tan sólo cuatro años. A pesar de su extraordinaria pericia e inteligencia, el plan fracasa a causa de una variable que no fue calculada: la posibilidad de que Decker se enamorase de uno de ellos. ¿Será que los hombres hemos caído tan bajo, que hemos comenzado a enamorarnos de las máquinas? Finalmente, encontramos al poeta William Blake (en otra más de sus encarnaciones) en una suerte de viaje metafísico en busca de sí mismo, en su camino hacia otro nivel del mundo, y aprendimos —como lo aconseja el poeta francés Henri Michaux— que es mejor no viajar con un hombre muerto. Una cosa es segura: ciertamente hoy sabemos lo que ningún ángel sabe...

…Y soy tu memoria, tus ojos y tu corazón. Sólo tengo que cerrar los ojos y me convierto en el mundo.

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